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Foto del escritorAlex Oros

LA TABLA DE FLANDES

“un acercamiento al claroscuro de la moralidad humana”

- Arturo Pérez-Reverte


Esta semana me topé con un libro dañado y olvidado en el cuarto de mi padre: “La tabla de Flandes”. Se trata de un libro escrito y publicado en 1990 por el célebre autor y periodista español Arturo Pérez-Reverte, quien ha publicado ya numerosas novelas de gran renombre en el ámbito de la literatura contemporánea como la serie de las Aventuras del capitán Alatriste (saga de la que soy fanático aún cuando no me encanta el estilo de Pérez-Reverte), Cabo Trafalgar, la Reina del Sur y un muy largo etcétera. No obstante, esta novela, en particular, da la impresión de haber sido imaginada y redactada por el mismo Arthur Conan Doyle y su icónico personaje, Sherlock Holmes (mismo al que Pérez-Reverte hace alusión en varias ocasiones a lo largo de la misma), ya que nuestro personaje principal, al igual que afamado Doctor Watson, es testigo y cronista de los eventos que se desenvuelven en la narrativa, formando parte de ellos, pero dejando las grandes hazañas detectivescas e impresionantes conclusiones deductivas a, en esta ocasión, el señor Muñoz.


El primer gran acto del libro gira alrededor de un cuadro del artista belga del siglo XV, Peter van Huys: La partida de ajedrez y la siniestra inscripción que se encontraba oculta en su interior: “Quis necavit equitem”. De este momento en adelante, el libro estará plagado de varias referencias literarias, plásticas y musicales clásicas, barrocas y demás, haciendo uso constantemente de citas tanto en latín como en francés que, si hay que reconocerle algo al estilo de Pérez-Reverte, es que nunca toma de la mano al lector en un tono condescendiente, tratando de explicarle todo y permite al lector hacer uso de su propia cultura general para entender algunos de los diálogos y menciones, lo cual se agradece de sobremanera. Siendo completamente honestos, si la trama del libro se hubiera centrado únicamente en el proceso de restauración del cuadro y en la resolución de un antiguo asesinato histórico de más de quinientos años por el puro amor al arte y a la historia, por mí hubiera sido excelso; sin embargo, pronto la novela toma ese carácter holmesiano al que nos referimos previamente, cuando comienza a desenvolverse un intricado “juego de ajedrez” real entre personas actuales con asesinatos actuales.



Es siempre agradable tener la oportunidad de leer una novela en la que resulta evidente que el autor se ha tomado la molestia de estudiar e investigar con profundidad los temas a desarrollar para representar de manera creíble el expertise de los profesionales que se desenvuelven en su propia disciplina. De este modo, leer el trabajo de restauración de Julia, con sus químicos y trazos; la reconstrucción histórica de Álvaro y su elocuente despliegue de conocimiento; la lógica del juego del señor Muñoz y su injerencia en el progreso de la historia, resulta atractivo e interesante en todo momento y dota de cierto realismo retórico al universo detallado en el libro (incluso cuando tenemos escenas mágicas como aquella en la que Julia, sumida en desmedido trance, se encuentra a sí misma entre los personajes de la pintura como tal). Y, como toda buena novela detectivesca, los eventos que se van presentando, permiten al lector ir, a la par (e incluso un par de pasos adelante) de los protagonistas, develando el misterio y encontrando pistas y culpables.


Quizás uno de los indicios más evidentes de la resolución de la trama, se da en los primeros capítulos (que es incluso el nombre del capítulo) del libro: el capítulo II. Lucina, Octavio, Scaramouche. Para desentrañar esta pista dejada a plena vista por el autor, hay que conocer cierta historia del arte escénico italiano del siglo XVIII: la Commedia dell’arte. En este tipo de representación teatral, suele haber tres personajes principales: la dama (haciendo referencia también a la Reina del ajedrez), el anciano y el Scaramouche (que suele ser un personaje con intenciones ocultas y villanescas), en la que los personajes suelen llevar consigo, en todo momento, máscaras para ocultar sus motivaciones. A lo largo del libro, los personajes que se encuentran juntos con mayor frecuencia son tres: el señor Muñoz el intelectual, César el anciano y Julia la dama. Esto apuntaría a que el Scaramouche de nuestra obra sería el señor Muñoz, pero no hay que olvidar la importancia simbólica de las máscaras en ningún momento, ni que, en efecto, esto se trata de un teatro.



La historia gira en torno a la subasta del cuadro de van Huys y el creciente precio que va adquiriendo con la revelación del misterio antiguo y el drama que se está actualmente generando con relación al mismo; sin embargo, el tema principal de la obra tiene que ver más bien con el espacio gris que existe entre el bien y el mal y cómo el ser humano suele estar siempre en este gris, sin poder adjudicarse piezas blancas ni negras. Para este efecto, el autor narra la novela siempre atinadamente en torno al ajedrez y sus espacios y piezas negros y blancos. En palabras del asesino:


Lucha de la razón frente al misterio (…) el descubrimiento de que el Bien y el Mal no están delimitados como en los cuadros blancos y negros de un tablero [de ajedrez] (…) Todos los escaques son grises, hija mía, matizados por la conciencia del Mal como resultado de la experiencia; del conocimiento de lo estéril y a menudo pasivamente injusto que puede llegar a ser lo que llamamos Bien” (Pérez-Reverte, 1990: 389)

Esto es particularmente importante considerando que el asesino es, quizás no tan inesperadamente como hubiera esperado Pérez-Reverte, César, el amigo y padre putativo de Julia (que la acompaña en todo momento durante la investigación, salvo por algunos lapsos fundamentalmente relevantes). Esto nos lleva a otro de los temas que vale la pena desmenuzar en análisis: el motivo. No sin antes ser importante adentrarnos a la psique del personaje aritmético que representa al Sherlock Holmes Pérez-Revertiano.



El señor Muñoz es un personaje, por lo general, antipático, que entra y sale de un estado de apasionamiento al involucrarse o no en temas relacionados al ajedrez. Su filosofía suele tender a ir más hacia un punto de vista existencialista, rayando en el pesimismo nihilista del absurdo Kantiano o Camusiano de la Alemania del siglo XIX. No obstante, podemos ver fuertes rasgos lógicos y matemáticos de la corriente Cartesiana, unidos a una fuerte desconexión e ineptitud social generalizada (ambos rasgos nos recuerdan al ya aludido personaje de Conan Doyle) que se acercan incluso a alguna patología social de autismo de alto funcionamiento. La filosofía de este personaje se ve muy detallada y contestada en la conversación que sostiene con el dueño original del cuadro, el anciano e incapacitado Manuel Belmonte. Durante esta conversación, el señor Muñoz sostiene que todo enigma puede ser resuelto con el conocimiento de sus leyes, con métodos precisos, diciendo: “El Universo está lleno (…) de infinitos demostrables: los números primos, las combinaciones de ajedrez…” (Pérez-Reverte, 1990: 326), a lo que Manuel Belmonte contesta en la que rápidamente se convirtió en mi escena preferida del libro:


…esa jugada perfecta (…) existe, quizás. Pero no siempre puede ser demostrada. Y que cualquier sistema que lo intente es limitado y relativo (…) y ya que parece aficionado a las leyes exactas, le recuerdo que los ángulos de un triángulo suman ciento ochenta grados en la geometría euclidiana, pero más en la elíptica y menos en la hiperbólica… Y es que no hay un sistema único, no hay axiomas. Los sistemas son impares incluso dentro del sistema (…) ¿Quién le dice a usted que su solución del problema es la correcta? ¿Su intuición y su sistema? Bueno, ¿y con qué sistema superior cuenta para demostrar que su intuición y su sistema son válidos? ¿Y con qué otro sistema confirma esos dos sistemas? (…) El mundo es una inmensa paradoja y lo desafío a demostrar lo contrario” (Pérez-Reverte, 1990: pp. 237-238).


Demostrando a un amante de la lógica la inevitabilidad de una paradoja es siempre uno de los pequeños placeres de la filosofía. Esta conversación nos sirve tanto para conocer a fondo el personaje de Manuel Belmonte y al señor Muñoz, como para demostrarnos que este último no puede ser el asesino, por su falta de apreciación al arte y a las narrativas que son tan presentes en el caso criminal.



Como ya se ha mencionado, el asesino de la historia resulta ser el amigo y cuasi padre de Julia, nuestra protagonista y, aunque al principio pudiera parecer que su motivación es extraña y exagerada (al grado de caer en homicidio por ello) y que, por supuesto que lo es, también es cierto que todo está elegantemente dispuesto frente a nosotros desde el segundo capítulo. Para entender el desencanto generalizado que orilla al anticuario a llevar a cabo actos criminales imperdonables, vale la pena referirnos a una conversación que tiene el ajedrecista con la sobrina del dueño del van Huys, Lola Belmonte, donde se expone un contexto social y freudiano relacionado con el ajedrez: “No costaba trabajo imaginarla saboreando la maledicencia, proyectando sobre otros sus complejos y frustraciones. (…) Ataque al rey como actitud crítica frente a cualquier autoridad que no fuese ella misma, crueldad y cálculo, ajuste de cuentas con algo, o con alguien…” (Pérez-Reverte, 1990: 313) y que, de más trascendencia aún, confirma después César mismo: “El ajedrez como proyección del ego, la derrota como frustración de la libido y cosas así, tan deliciosamente cochinas…” (Pérez-Reverte, 1990: 377) y, hasta ese momento, el constante recordatorio explícito de la orientación sexual de César me había parecido de mal gusto e innecesaria, pero más adelante, todo cobra sentido por la represión que sentía, retomando la teoría del subconsciente y el desarrollo psico-sexual de Freud cuando César mismo orilla al ajedrecista a explicar:


La índole matemática del ajedrez (…) le da a este juego un carácter peculiar. Algo que los especialistas definirían como sádico-anal (…) el ajedrez como lucha cerrada entre dos hombres, donde intervienen palabras como agresión, narcisismo, masturbación… Homosexualidad. Ganar es vencer al padre o a la madre dominantes, situarse arriba. Perder es caer derrotado, someterse” (Pérez-Reverte, 1990: 387)

Lo anterior, aunado a la noticia de padecer una enfermedad terminal que le otorgaba seis a siete meses más de vida, el pasado que tenía con Julia y el amor entre paterno y “no homosexual” que sentía hacia ella, lo encaminó a cometer actos atroces.


Hay que entender dos características particulares de César para continuar con la explicación de su motivación: en primer lugar, César había sustituido a temprana edad al padre de Julia y la vio crecer, enamorarse, estudiar y salir adelante. Durante ese tiempo, disfrutaban de pasar tiempo juntos contándole historias de aventuras y piratas y haciéndola resolver acertijos y buscar tesoros; por otro lado, César era una persona amante de la historia y la literatura, constantemente citando autores griegos y obras clásicas. Lo anterior, en conjunto con su pasado criminal en el mundo del arte lo posiciona, desde muy temprano en la novela, como el principal sospechoso de los crímenes al ser estos sumamente “artísticos” y elaborados, siempre en conjunto con la partida de ajedrez de La tabla de Flandes. Al ser preponderantemente teatral, querer disfrutar de los últimos meses de vida que le quedan y buscar dejarle a Julia un futuro económicamente asegurado, las acciones del anticuario cobran gran sentido, donde éste representa un personaje en una última “búsqueda del tesoro” con la persona que ama. Todos los demás son accesorios en su obra.



A final de cuentas, el libro trata de misterios, asesinatos y suspenso, en lo que el cuadro La partida de ajedrez de Pieter van Huys muestra más una inspiración para el desenvolvimiento de los tres actos de la obra que la peculiaridad cíclica que pretende dar el autor sobre los hechos ocurridos en el siglo XV entre Beatriz de Borgoña, Roger de Arras y Alfonso de Ostenburgo y los ocurridos en el presente entre el profesor Álvaro Ortega, Julia, el señor Muñoz y César. Por más que haya disfrutado de la elocuente prosa de Arturo Pérez-Reverte sobre temas delicados y de un alto grado de profundidad, resulta inescapable pensar que la importancia que le da al cuadro flamenco es mayor en la percepción del autor que de los sucesos acontecidos tal cual en el libro. No obstante, el libro resulta agradable de leer, que invita a devorarlo en unas cuantas horas y a profundizar en los diversos temas de reflexión que se proponen con anterioridad. Definitivamente un libro a leer, te gusten las novelas detectivescas o no.



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