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La perspectiva del hombre a través de la música

El hombre ha recorrido los rincones de la Tierra a lo largo de miles de miles de años, erigiendo, tras de sí, grandes monumentos dedicados a sí mismo y a su constante evolución y aprendizaje. Sean estos monumentos, estatuas, ciudades, pinturas en cuevas o un simple agujero en el suelo con un ser amado enterrado dentro, el hombre ha marcado su paso a través del tiempo en un esfuerzo desesperado de trascendencia y de pertenencia. Utilizando de excusa a algún Dios extinto o a algún monarca decapitado, todas estas obras son, en realidad, odas y testamentos de la existencia humana. En esta ocasión, profundizaremos en uno de los monumentos más contradictorios por su naturaleza y cómo el hombre se entiende a sí mismo a través de éste: la música.




Contradictoria la música en el sentido en que, por un lado, es efímera en su existencia en el aire en el tiempo determinado en que se interpreta, pero, por otro, perenne por su incapacidad de desaparecer con el paso de los siglos. Las piedras se erosionan, las ciudades se derrumban y, al final, como exclamaba el gran Ozymandias en las páginas de Percy Shelley: “Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes: ¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!” no quedando más que vestigios de su figura, todo monumento desaparecerá menos las ideas. Y eso es la música: ideas.


Siendo reflejo directo de la cosmovisión de su tiempo y sus circunstancias, en la antigua Grecia, la música era simétrica, perfecta y orientada a alguna deidad del gigantesco panteón griego. Será en su momento, esta perfección que será retomada en el periodo neoclásico por titanes del contrapunto como Wolfgang Mozart y Joseph Haydn. Poco se sabe, sin embargo, de la música de la época excepto de las teorías pitagóricas sobre los armónicos y lo interpretado del epitafio de Seikilos; sin embargo, podemos extraer la importancia de la religiosidad en la música que gobernará los espacios monacales durante la edad media, siendo el medio de expresión de los salmos y las misas predilecto por antonomasia por los siguientes siglos.


Retomemos las Confesiones de San Agustín de Hipona por su ejercicio de delimitar y designar a la persona y, lo que para Tomás de Aquino es más importante, la relación que puede tener ésta con otras personas, con el mundo y con Dios, entre otras cosas. También retoma algunas de las enseñanzas de la Consagración de la Filosofía de Boecio y de Santo Tomás de Aquino donde exponen que toda persona es libre y busca la felicidad y que, como tal, la única manera de conseguirla es a través de vivir una vida de virtud y plenitud. Santo Tomás de Aquino nos recuerda constantemente la importancia que tiene la voluntad en la persona y como esta voluntad busca necesariamente el bien y la relación con aquello con lo que interactúa.


Expone, por su lado, San Agustín, que es gracias a nuestra capacidad de entendernos y de entender a los otros que nos convertimos en personas. Es nuestra voluntad y nuestra naturaleza relacional lo que nos separa de los animales y de los bárbaros y que nuestra relación más importante es la que tenemos con Dios, exponiendo que siempre está con nosotros, aunque nosotros no siempre estemos con él. Esta es la línea de pensamiento que gobernó a Europa durante todo el periodo del medioevo en que la música jugaba un papel protagónico. Reflejo de su realidad, casi la totalidad de la música que conservamos de esta época suelen ser cantos llanos (monofónicos) de Kiries, Agnus Dei, Glorias y Sanctus como las monumentales obras de Guillaume de Machaut y Franceso Landini, resaltando la importancia de esta relación intrínseca con Dios y que Dios es todo y todo es Dios.


La modernidad traerá consigo, unos siglos más adelante, un rompimiento de estética e idiosincrasia sin precedentes en la historia de la humanidad, dando luz, por un lado, al renacimiento y, por otro, a la polifonía. Este periodo histórico se caracteriza principalmente por el dominio de la razón sobre la fe, del auge de la ciencia y termina, coherentemente, con la Revolución Francesa. El arte pasa por tres grandes y muy distintas etapas durante esta división histórica que es la modernidad: el renacimiento, el barroco y el Neoclásico. La música es ahora práctica como Maquiavelo, luego exageradamente estética como Lope de Vega y, más adelante, perfecta como Virgilio guiando a Dante a través del infierno, el purgatorio y el paraíso.


Al principio del cambio de la edad media al renacimiento, la religiosidad y la lógica no estaban necesariamente peleadas. Por esto mismo, los primeros indicios de la música renacentista son, a la vez, más complejas que suave y delicado. Esto, aunado a la invención (¿o descubrimiento?) de la polifonía permitía que la música fuera utilizada tanto dentro de un contexto sagrado como de uno secular. La música empieza aquí a separarse de su función evangelizadora y a dejar en un segundo a la voz humana para adentrarse en la música de concierto de los ensambles de instrumentos y los primeros conciertos. Al igual que Dante Alighieri usaría a Virgilio como guía por sus virtudes, cualidades y valores grecolatinos, Claudio Monteverdi escribirá la primera ópera de la historia relatando el mito griego de Orfeo y Eurídice.



Poco tiempo después, con el concilio ecuménico llevado a cabo en la ciudad de Trento en Italia como respuesta a la creciente presión reformista comenzada por Martín Lutero, la Iglesia Católica se vio orillada a retomar las riendas del poder eclesiástico y encargó titánicas obras en nombre de Dios, dando lugar a Las Pasiones de Johann Sebastian Bach y el Mesías de Friedrich Händel. No obstante, la humanidad seguía avanzando, la ciencia seguía avanzando y la tecnología seguía avanzando. Lo anterior dio como resultado la famosa crisis de conciencia europea que más adelante llevaría a la Revolución Francesa (y, por lo tanto, a la Revolución Industrial). Como una medida de negación entre las sociedades de tener que vivir en un continente infestado de guerras, plagas, hambruna y demás, el periodo neoclásico muestra una yuxtaposición artística a la realidad contextual en que se encontraban. El arte se volvió perfecto, consonante, de melodías cantables y que requirieran poco esfuerzo por parte de la ya desencantada audiencia.


El periodo de las revoluciones llevó a las sociedades de la época a revalorizar y recontextualizar el lugar del hombre en la Tierra. Pasando de verse sometidos a la voluntad de los dioses griegos a encontrarse en la periferia del teocentrismo medieval, el hombre se encuentra ahora tratando de saber quién es y por qué hace lo que hace. Se da una exaltación de los sentimientos y se deja de lado la lógica y la razón como único motivador que había ocasionado guerras y destrucción. Nace el romanticismo. El romanticismo en la música enmarca la realidad del hombre de una manera muy poco convencional. Si bien es cierto que, en el principio, podemos ver la importancia de las emociones y el ethos del Sturm und Drang característico del periodo romántico con compositores como Frédéric Chopin, Heitor Berlioz y Robert Schumann, es también cierto que conforme nos acercamos al siglo XX, esta tendencia emocional va dando lugar poco a poco a los más fuertes nacionalismos como el francés (con Gabriel Fauré), el ruso (con Rimsky-Korsakov), el alemán (con Richard Wagner) y el inglés (con Alexander Mackenzie) evidenciando la cada vez más fragmentada sociedad que culminará con la explosión de la Primera Guerra Mundial.


En el periodo de entreguerras trajo consigo una inmensa depresión tras la enorme devastación dejada atrás por la pesada artillería militar. Se dio un cambio radical de pensamiento en donde el hombre se pregunta por qué se llegó a donde se llegó. Nacen movimientos de contracultura como el existencialismo, el pesimismo, el nihilismo y el absurdismo. El arte se volvió disruptivo y buscaba despertar las emociones ahora muertas junto con miles de personas tras la guerra. La música no se quedó atrás y podemos ver este mismo pesimismo en las nuevas metodologías compositivas. Arnold Schönberg, John Cage y Pierre Boulez trajeron la música serial, dodecafónica y del nuevo folclor. La música se volvió compleja, ininteligible y hermética. No obstante, el mundo tuvo apenas unos momentos para pasar su luto antes de encontrarse envueltos nuevamente en lo que se convertiría en la peor guerra de la historia (hasta el momento): la Segunda Guerra Mundial.


Un mundo dividido, un espíritu quebrantado y una gente resentida, la Segunda Guerra Mundial trajo consigo el exterminio y la tortura como una máquina de producción en masa. Con métodos eficaces y bárbaros de eliminación, millones de familias se encontraron desplazadas, aprisionadas, torturadas, asesinadas o peor. Este periodo sacó a relucir lo peor del ser humano y el dolor que dejó en la humanidad se puede sentir en las obras que dejaron atrás sobrevivientes de este holocausto masivo como Henryk Górecki y Arvo Pärt.


El arte es el reflejo de su tiempo y del pensamiento de su gente. Más allá de las nociones del arte por el arte o del arte como ritual, éste nos sirve como una medida más de la filosofía y la visión del mundo a través de los ojos de nuestros antepasados. La música, al igual que cualquier otra disciplina artística, sirve de fuente histórica para estudiar y entender la cosmovisión del hombre a través de los eventos que lo han marcado en su caminar por la existencia. En estas breves palabras, podemos ver como la música no solamente acompaña al hombre, sino que es testamento de su felicidad y de su pasión, pero también de su tristeza y de su dolor.



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